Treblinka by Jean-François Steiner

Treblinka by Jean-François Steiner

autor:Jean-François Steiner [Steiner, Jean-François]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1965-12-31T16:00:00+00:00


15

Los Hofjuden habían adivinado el carácter excepcional de la reunión y nadie hablaba en el barracón. Cada cual estaba tumbado en su litera, con los ojos abiertos, contemplando un punto más allá de las paredes de madera, un punto fuera del campo, incluso fuera del tiempo; un punto de felicidad en el que todo recuerdo estaba abolido; un punto más allá de la vida y de la muerte, más allá de ellos mismos. Era un punto de contornos cambiantes, sucesivamente casa, fiesta, rostro, día de invierno, sol. Los judíos miraban a la esperanza. Esperanza de vivir, esperanza de morir, esperanza de partir, de volver a empezar, de olvidar. ¿Esperanza para aquellos muertos? Pero para ellos todo se había vuelto absurdo desde el día que llegaron a Treblinka. No obstante, aquello empezó de una manera completamente normal. Un día, llegaron camiones. Se les hizo salir de su casa que había sido la de sus padres y de los padres de sus padres. Su casa, la conocían bien, conocían todos sus recovecos, habían traspuesto la puerta miles de veces. Aquel día la traspusieron por última vez, pero como no lo sabían no le habían prestado mayor atención que de costumbre.

En la calle de la aldea, una fila de camiones aguardaba. La calle estaba desierta y las puertas de las casas cerradas. Se llevaban a los judíos, eso no afectaba a nadie. Cuando hubo caído la noche, cesaron de reconocer el camino. Fue en aquel momento, sin duda, cuando dejaron de pertenecer a este mundo. Habían desaparecido. Muertos o vivos, estaban en otro mundo. Un mundo que se asemejaba al verdadero, pero en el que todos los valores estaban invertidos, en el que la muerte había tomado el lugar de la vida.

Estructurado, organizado, jerarquizado, disciplinado a imagen del otro, aquel mundo era su negativo, su sombra, su reflejo, su proyección.

«Me hallaba al borde de un pozo —cuenta un superviviente— y el cielo estaba en el fondo».

Pero en el rincón más sombrío del barracón, cuatro hombres estaban escuchando a otro.

—Es curioso —contaba Chorongitski—: al principio, el ucraniano desconfiaba de mí. Sí, en cierto modo tenía miedo de mí. Debía de imaginarse que yo era un provocador. A cada insinuación que le hacía, veía ensombrecerse su cara, como si temiese algo. Pero finalmente empezamos a charlar y, poco a poco, me he dado cuenta de que no tiene ninguna vocación para el oficio de verdugo. Evidentemente, es antisemita, pero no comprende por qué los alemanes matan a los judíos. Para él, formamos parte del equilibrio maniqueísta del mundo. Un día me dijo: «Es como alguien que quisiera colmar un valle bajo el pretexto de que no le gusta la montaña». Yo no veía qué quería decir. «¿Entonces?», le pregunté. «Pues bien, ya no habría montañas».

»Otro día, cuando ya habíamos intimado más, me explicó cómo acabaría esto, a su juicio. Es Had Gaddia, la vieja leyenda de Pessah en la que el buey seca el agua que había apagado el fuego que había quemado el garrote que había pegado al gato que…, ya lo sabéis.



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